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jueves, 21 de diciembre de 2023

Abierto por fútbol

La última vez que anduve por acá con intenciones de escribir, hace casi un año, publiqué, un poco a modo pasional y otro poco a modo de descargo, una serie de reflexiones desde mi estado emocional y cómo las abordé desde mi condición de futbolero, a partir del título de un libro que, hasta ahora, es el segundo que yo haya leído sobre fútbol en la literatura: «Cerrado por fútbol».

Siento un poco de vergüenza al volver, y eso que estoy escribiendo en mi propio Blog, en la página que yo mismo diseñé y re-diseñé varias veces, en el único lugar en donde siento que no le tengo que dar explicaciones a nadie, en el único lugar donde la transparencia de lo que soy se vuelca en palabras escritas, pero sin embargo, incluso en este instante, me arrugo y me hago chiquito volviendo a este lugar.

Anteriormente, escribía porque tenía explosiones viscerales de pensamiento, ilustraciones precisas sobre el curso de la historia que le quería dar a mis cuentos, inundaciones de amor (o desamor) cuyo desagüe desembocaba en estos párrafos o bien, siendo mis favoritas, historias deportivas que solamente yo podía contar. Hacía un tiempo largo que ya no sabía por qué no estaba escribiendo, y pensé que en el anterior relato me había dado cuenta por qué, pero no.

Estamos a 21 de Diciembre del 2023, tres días después del primer aniversario de algo que generó tanto en mí que, yo sé, me hará decir, contar y hacer cosas incluso hasta cuando mis nietos solo me recuerden en fotos y mis historias me cuenten a mí. Por eso es que hoy tengo vergüenza, porque vuelvo después de casi un año, intentando hacer algo desafiante a la premisa con la cual vine acá en un principio, y es a lo que intentaré darle vuelo.

Cuando uno es pibe, quiere ser muchas cosas; doctor, astronauta, futbolista. Hice fútbol, como casi todos, pero un día le pegué a la pelota con todas las ganas de meter un gol, sacudí la red, procedí a levantar los brazos con alegría y volteé a ver a mi viejo, que se estaba tapando la cara porque había metido un gol en contra. Ahí entendí que era preferible no maltratar así al fútbol, que era más factible disfrutar de jugar al fútbol sin intentar jugar al fútbol. Me costó aceptarlo, porque incluso me recuerdo fantaseando, a los doce años, yendo a probarme a algún club para ir creciendo y así, ojo, poder formar parte del plantel de la Selección Argentina para la Copa Mundial del 2014.

Claro, mi sueño no había sido ser doctor, astronauta, incluso ni siquiera había sido ser futbolista, mi sueño era ser campeón del Mundo con la Selección Argentina. Era algo que me generaba todas las ilusiones posibles, cada imagen mental posible que se relacionara con ese sueño, pasó por mi cabeza. No era para menos, si yo viví mi vida a través de los Mundiales.

Tanto lo quise, tanto lo quisimos muchas personas, que ese sueño se cumplió y pasó a ser un estado de ánimo, un estado civil, un título académico, una definición personal, una permanencia en la gloria. Pero en mi caso, creo que me quedé demasiado en la gloria.

Siendo campeón del Mundo, pensé que todo lo que aconteciera en mi vida, acontecería con el gran exponente de ser, efectivamente, campeón del Mundo. Y era cierto, sigue siéndolo. Pero me empecé a dar cuenta de que había una diferencia crucial entre ser campeón del Mundo y creerse campeón del Mundo.

Al cumplir mi sueño, pensé que estaba tocando un pináculo, que no había nada más grande que eso, que con eso cumplido no había nada nuevo que pudiera comparársele, que con eso ya estaba.

Y dejé de hacer cosas: dejé de escribir porque el motor de mi inspiración, mi sueño, estaba estacionado en el garaje de categoría Gold Premium con un cartel que decía "World champions only"; dejé de leer porque aún no había terminado el libro que me hizo escribir lo último que escribí, porque estaba "cerrado por fútbol"; dejé de ver el fútbol como me gustaba, porque después de ver a la Selección Argentina ganar la final más competitiva en la historia del fútbol, pensé que no había nada que lo superase; dejé de ser creyendo que era.

Y no estaba bien.

¿Qué sentido tenía que acontecieran cosas siendo campeón del Mundo si creyéndome serlo iba a conformarme? ¿Qué sentido tenía celebrar cada vez que se cumplía un nuevo mes, si yo no iba a estar viviendo el sueño por estar tan sumergido en él?

En una película fantástica de Pixar, Soul, se cita la historia del pez joven que busca el océano, que no sabe donde encontrarlo y le pide indicaciones a otro pez más viejo, quien le dice que el océano es donde está actualmente, y el pez joven le dice:

—¿Esto? Esto es agua. Lo que quiero es el océano.

La arrogancia es la más peligrosa de las semillas, germina en la comodidad, la riega el ego y da frutos que se idealizan deliciosos pero tienen el más amargo de los sabores.

Es cierto, a veces la juventud hace que uno sea ciego con ciertas cosas. A mí me pasó y, por lo enamorado que estaba, me tomó poco menos de un año darme cuenta. Porque sí, lo reconozco, lo que tengo por el fútbol es amor. Le pido disculpas a mi novia y a mis ex novias, pero es así. Tanto estaba y estoy enamorado de algo tan maravilloso que, cuando se cumplió el sueño que siempre tuve, me cegó una algarabía solo comprensible por aquellos y aquellas que saben amar.

¿O me van a decir que nunca se enamoraron? ¿Que nunca proyectaron estando enamorados? ¿Que nunca tuvieron sueños en común por amor?

Todos soñamos al tenerle amor a algo. No nos importa realmente que el sueño se cumpla o no, nos agrada la idea de nosotros mismos con nuestro sueño cumplido por sobre la idea que nos hacemos en caso de que no se nos cumpla, pero soñar es inalienable a los corazones.

A mi me tomó casi un año darme cuenta que vivir los sueños no viene después de que se cumplan, si Dios así lo quiere, sino que se vive a través de ellos. Me tomó años darme cuenta que el sueño del pibe puede ser muchas cosas pero siempre radica en patear una pelota y nada más.

Hoy, a dos días de haber terminado el libro que me tomó más de un año terminar de leer y casi un año después de la última vez que escribí acá, tomo noción de lo mucho que me tomó darme cuenta que siempre hay algo más después de los sueños. Quizás se encuentren reflexiones como ésta, quizás momentos de calma, quizás frustraciones o descubrimientos acompañados de aprendizaje, pero siempre sueños nuevos y páginas por escribir y por leer.

Lo fundamental es, creo yo, escribirlas y leerlas, sin que nos importe si algún día vamos a despertar.

sábado, 31 de diciembre de 2022

Cerrado por fútbol

 Cuando inicié este blog, lo hice porque pensé que sería un lugar más accesible donde pudiera depositar lo que escribía, para no ensuciarme las manos con hojas viejas cuando quería ver cómo lo hacía de chico, para encontrar las diferencias a como lo hago en la actualidad y porque fantaseaba con ser un escritor regular, aunque sin cobrar un centavo y haciéndolo solo por gusto.

Con el pasar de los años no solo no fui regular, sino que últimamente tampoco me estuvo gustando cómo escribía. Pero gracias a eventos que se fueron dando durante parte del año pasado y el comienzo de éste, más o menos me empecé a gustar de nuevo y dije que trataría de ser regular publicando, al menos, un cuento por mes.

Hasta Septiembre estuvo todo bien. Para ese entonces venía muy contento, me sentía productivo y, además, había visto a la Selección Argentina ganando un título otra vez, la Finalissima, y eso para el balance general de mi año es importantísimo. Pero cuando empezó Octubre sentí que no estaba pudiendo desarrollar lo que quería escribir, y no entendía bien por qué. Pensé que era por la angustia que me había generado ver a dos amigos irse a vivir a otro país y todo lo que eso me hacía reflexionar, pero no. Había algo más escondido que me estaba arruinando la inspiración.

Esta es la primera vez que me siento a escribir desde entonces y, después de que mi vida haya cambiado para siempre, quiero que, si les parece, sean testigos del porqué.

Vivo mi vida a través de los Mundiales. Nací en el '96, entre tantos VHS que mi familia tiene de mí, hay uno donde estoy a upa celebrando un gol de la Selección durante el Mundial de Francia 1998. Los primeros recuerdos de juntarme a ver un partido de un Mundial en el colegio son durante Corea del Sur - Japón 2002. Me ilusioné por primera vez viendo a Leo marcando su primer gol en su primer partido en un Mundial en Alemania 2006 y, desde entonces, tuve un sueño que tardó más de treinta y seis años en volver a cumplirse.

Todos los que me conocen o conocieron, aunque sea una vez en su vida, saben lo que significa el fútbol para mí. En mis mejores historias hay fútbol de por medio, aún desde antes que existiera. Es cierto que el argentino nace, vive, muere y reencarna en el fútbol, como si fuera una especie de religión no oficial pero adoptada por todos y todas, pero yo creo que uno de mis propósitos en esta vida, es vivirla a través del fútbol, para que después el fútbol me devuelva, en alguna etapa de esta vida o en alguna otra que tenga por vivir, una parte de la devoción que le dediqué.

El fútbol, exponencialmente a través de los años, pasó de ser un entretenimiento a ser el engranaje más nutritivo para encarar mis días, al punto de entender que sin el fútbol no puedo vivir, y fue exactamente así que aprendí mucho de la vida por como aprendí a vivir el fútbol.

Entendía la magnitud de un Mundial, lo importante que es para la gente en Argentina y cuánto siente y exige al destino, universo, a Dios, la naturaleza o alguna fuerza mayor que se cumplan sus expectativas con el fútbol.

Cuando nací, habían pasado diez años desde que Diego ganó el Mundial de México 1986, tres del último título de la Selección y, desde entonces, no volvió a ganar nada importante hasta el 2021. Y ese interín de tantos años de gente infeliz, soporté las peores repercusiones que la insatisfacción futbolera puede causarle a los argentinos.

Durante ese periodo crecí, me hice hincha de Boca, vi a Martín Palermo, mi ídolo, ganar todo, conocí las emociones que una pelota pateada por once tipos arriba de un pedazo de tierra con pasto puede causarle a una persona común y corriente, conocí estadios, mi abuelo me llevó a los potreros para enseñarme a disfrutar del fútbol de verdad más allá de los colores de una camiseta y, también, me enamoré.

Cuando apareció Messi, descubrí dos cosas: que la gente hablaba de él por cómo lo comparaban con Maradona; y que nunca lo había visto tan maravillado a mi abuelo con algo que no fuera Racing o el pueblo donde se crió.

Unos años después, cuando Messi ya era Messi y cuando todos en el país lo criticaban por no cumplir con sus expectativas (porque "no corre", porque "es un pecho frío", porque "no canta el himno", porque "es una falta de respeto que lo comparen con Maradona"), mi abuelo, que me escuchó decir algo negativo sobre Messi a mis doce años, se vio venir el engendro maligno y vanidoso en el que me podría llegar convertir y me dijo:

—No, Messi es el mejor jugador de la historia.

Y me aconsejó que no le haga caso a la gente, que de las cosas que se decían no tenía que creer nada, que de lo que se mostrara creyera la mitad y que averigüe las cosas por mi propia cuenta.

Para ese entonces, Messi había ganado el Mundial Sub-20 del año 2005 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos tres años después, pero a la gente poco le importaba eso, cada vez que llegaba un partido por Eliminatorias encontraban todos los motivos para defenestrarlo. Pero mi abuelo me había dicho algo que desafiaba la realidad de lo que, yo creo, era el 90% del país.

Dos años después, en el 2011, mi abuelo cumplió la promesa que me hizo cuando terminó el Mundial de Sudáfrica 2010 de que «según cómo estuviera mi boletín, me llevaría a ver los partidos de Compañía». Compañía General Buenos Aires de Patricios, es el club del cual mi abuelo era hincha desde chico. En la Segunda División de la liga del Partido de 9 de Julio estaba primero y tenía serias chances de salir campeón. Si mal no recuerdo, fui a ver tres partidos, ganamos uno y perdimos dos, las canchas eran de barro y pasto, la pelota era dura como tronco para carbón, el rango etario de los jugadores iba desde los dieciséis hasta los cincuenta, casi todos fumaban o tomaban una barbaridad y todavía sigo tratando de entender cómo hacían algunos para jugar un partido con semejante panza mantenida a cerveza y milanesas.

—Esto se juega así—, me dijo mi abuelo.

Fueron de los mejores partidos que vi en mi vida. El fútbol que se jugaba no tenía un nivel de primera clase, eso estaba claro, pero nunca había visto un fútbol que se jugase por el simple hecho de ser jugado. Los jugadores también cobraban cierta cantidad de plata, pero era solo los fines semana, cada uno tenía sus responsabilidades y aún así se calzaban los cortos e iban a patear una pelota a otro pueblo simplemente porque un club les había dado el lugar. Todos querían ganar, pero no sé cómo explicarlo, más allá de la bronca que los jugadores tenían por perder o por sentir que no rendían, igual se volvían a su casa con una vida sencilla que continuar al día siguiente.

El fútbol moderno opacó muchas cosas, desde distraer a los jugadores de que hay cosas más importantes que la fama o un número en su cuenta bancaria, hasta de cómo se la trata a la pelota cuando salta al campo de juego. Ya lo dijo Casciari, «nos olvidamos que lo importante era la esponja». 

Cuando volví a Buenos Aires, Messi ya había ganado su tercera Champions League y se estaba por jugar la Copa América en Argentina, pero la Selección quedó eliminada por penales contra Uruguay en Cuartos de Final y, de nuevo, los comentarios y las bardeadas de siempre volvieron a salir por todos lados, pero yo ya estaba cansado.

De igual manera que me había sorprendido escuchar a mi abuelo decir, en su momento, que Messi era el mejor jugador de la historia, con el tiempo llegué a pensar lo mismo y lo empecé a decir abiertamente, desafiando el status quo. Fueron años y años que me tildaron de no saber nada de fútbol, de decirme que yo no podía hablar porque pensaba que Messi era el mejor de todos, de que se me rieran en la cara y me dijeran que «este gordo no sabe nada».

Los años se fueron, mi abuelo se fue, Messi se fue de la Selección y yo por un tiempo sentí que tenía que irme del fútbol. Fue insólito cómo se lo trató, en su país, al mejor jugador del Mundo, a un tipo que siempre sintió el mismo patriotismo que muchos de nosotros, a alguien que dejó todo por ponerse al cielo como camiseta cuando podría haber sido campeón del Mundo y bicampeón de Europa con la Selección del país que todo le dio.

Después de tantas cosas, de tantos aprendizajes que me dejó el fútbol, pensé que nunca llegaría. Afortunadamente somos contemporáneos a la mejor versión que el fútbol decidió regalarnos a nosotros, los mortales. Etendí que, siendo campeones de América hace un año, Messi y la Selección ya no le debían nada a nadie, de hecho para mí era más que suficiente, pensé que aquel sueño estaba bien que no se cumpliera, porque el verdadero premio era y es la perseverancia que no solo Leo tuvo para sacarnos campeones después de veintiocho años, sino también la de nosotros, los que según Galeano somos «mendigos del buen fútbol», los que lo bancamos cuando su dolor también era el nuestro.

Pero a pesar de entender que Messi y la Selección no me debían nada, a pesar de no esperar ningún resultado bueno o malo para el Mundial de Qatar que se jugó este año, a pesar de haberme prometido que éste iba a ser el primer Mundial que disfrutaría desde el principio hasta el final, la ansiedad me pudo.

A la primer señal de ansiedad que tuve me acordé, por alguna razón, que tenía un libro de Galeano, "Cerrado por fútbol". Me pareció loco que el título de ese libro me hubiese respondido, aún sin leerlo, el porqué de mi falta de inspiración, porque así estaba literalmente. Lo empecé a leer antes de que iniciara el Mundial de Qatar y automáticamente pensé:

—¿Y si este es el libro de la Copa?

Este es el momento en que las palabras salen sin filtro de pasión.

Sinceramente, no puedo creer cómo se nos dio, no puedo creer lo que me generó. Empecé este Mundial con la peor de mis incertidumbres porque, como dije, fue el primer Mundial que disfruté realmente, a pesar de los sufrimientos posteriores, por el simple hecho de ver fútbol, por entender que sería el último Mundial de Messi. Es mentira cuando los periodistas o los agrandados dicen que «sabían que éste era nuestro Mundial». Las pelotas.

La gran mayoría de los que estaban "a muerte" con La Scaloneta fueron los primeros que le fallaron cuando perdimos el partido inicial, los primeros que dijeron «nos ganó Arabia Saudita, ¿Qué vamos a hacer contra Alemania, contra España o contra Francia? ¡¿Me estás cargando?!».

Estoy seguro de que este no era nuestro Mundial porque tuvimos que empezar de cero, porque tuvimos adversidades que superar, porque tuvimos que adaptarnos, desde el principio, a la idea de que nos podíamos quedar afuera incluso cuando todavía teníamos posibilidades de pasar de ronda. Tuvimos que hacer nuestro este Mundial a puro pulmón porque las Selecciones por las que nadie daba dos mangos le ganaron partidos épicos a equipos de primerísimo nivel, tuvimos que aprender a ser firmes porque a pesar de pegarle tremendo paseo a Países Bajos casi nos quedamos afuera por dos pelotazos de mierda, tuvimos que hacerlo nuestro Mundial con trabajo y sudor porque cuando pensamos que habíamos aprendido a asegurar un resultado goleando al último subcampeón Mundial, llegamos a pasar por arriba al último campeón del Mundo que hizo que, de nuevo, en dos jugadas nos empataran un partido aseguradísimo.

Los medios periodísticos y publicitarios, las redes sociales y mucha gente con tiempo libre, se encargaron de hablar de "coincidencias". No existen las coincidencias, muchachos.

El 18 de Diciembre del 2022 es una fecha que no vamos a olvidar, porque se cumplió el sueño que muchos tenían desde hace más de treinta y seis años, porque pasó algo que tantos jóvenes y muchos que ya no están querían volver a vivir, porque todo, absolutamente todo, pasó a estar en un segundo plano.

Quiero que esta coronación de gloria sea un laurel eterno que supimos conseguir, pero que no juremos morir con esta gloria. Uno es más grande cuando comparte su grandeza, y hay muchas cosas que puedo compartir con los argentinos y argentinas con quienes hoy somos campeones del Mundo. Pero, me parece a mí, las cosas que viví por el fútbol y desde el fútbol, las cosas que me dolieron y las que soporté hasta disfrutar de esta grandeza, solo las puedo compartir con otras cuatro personas: con Leo, el motivo de que mi amor por el fútbol sea incondicional; con mi abuelo, porque me enseño lo sano del fútbol; con Scaloni, porque para ser campeones del Mundo tuvo que llegar a dirigirnos un pueblerino del barro e hincha del fútbol, como mi abuelo y yo; y con mi vieja, porque cuando me fui a caminar doce kilómetros, desde Domínico hasta el Obelisco, le dije que no volvía.

Y fue cierto, porque el hijo que volvió no fue el mismo que el que salió ese día para quedarse a vivir en la gloria.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Antología de cómo endulzar a Choferes de Transporte - Oficina de Migraciones

 En el artículo N°20 de la Constitución Argentina se expresa, en materia de legislación migratoria, que "Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión (...). No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias".

Desde 1876 que los extranjeros tienen la vía libre de estar en Argentina para hacer lo que se les cante, como lo establece el folklore de integridad latinoamericana, y es gracias a Nicolás Avellaneda que este relato tiene sentido.

A mí me gusta mucho relacionarme con extranjeros, no por fetiche o por elegirlos por sobre los argentinos, sino porque es inevitable que los extranjeros tengan, mayormente, vivencias diferentes, experiencias diferentes que contar en relación a los argentinos en Argentina, y me parece lo más nutritivo y beneficioso para las mentes locales.

Estudié con extranjeros, trabajé con extranjeros, tuve citas con extranjeros, salí de joda con extranjeros y, fundamentalmente, viajé con extranjeros, con la gran particularidad de que eran ellos quien me tuvieron a mí de pasajero.

Yo sigo intentando descubrir qué cosa peculiar tendrán los choferes de transporte como para permitirse arruinarse al frente de un volante por horas porque, insisto, trasciende de la disciplina de laburar o de necesitar dinero. Es casi como una adicción que todavía no encuentra refugio en el abordaje de los tratamientos psicológicos. No existe un "choferes anónimos" o terapias conductuales especializadas en "personas con trastorno chofer-esquizoide", pero con el tiempo me di cuenta de que éste tipo de choferes, los extranjeros, son diferentes. De alguna forma, manejaban otro tipo de estrés, otra índole de adrenalina que los hacía entender, al instante en que se subían al vehículo, que todo era pasajero, efímero, momentáneo.

  • De los casos que más recuerdo, está el de un señor mayor que venía de Honduras, manejaba desde hace mucho pero hacía un año que lo hacía en Buenos Aires. De la forma más amable y amorosa, me contaba a mí y a quienes me acompañaban que se vino acá por sus hijas, para no tenerlas lejos, y que manejando el auto de una de ellas los fines de semana podía tener algo que hacer para sentirse productivo.
  • Me acuerdo de otro muchacho de Colombia, que había invertido sus ahorros en comprarse un auto que, si bien todavía estaba pagando, le daba la posibilidad de vivir a él y a su pareja, ambos recién llegados.
  • O de un flaco de Ecuador, de mi edad, que cuando llegó el Uber y me subí, vi que manejaba con su hermana en el asiento trasero porque no tenía con quién dejarla mientras trabajaba.
  • De un argentino, igual de joven, que manejaba para Cabify los sábados porque estaba casado y perdidamente enamorado de una uruguaya por la cual se rompía el lomo para terminar la casa que se estaban haciendo.
  • Y hasta recuerdo a un venezolano, que llevaba muchos años acá y que, cuando le pregunté si se ganaba bien como conductor de aplicaciones de viajes, me dijo que "cuesta, como todo, pero allá cuesta más".
  • El caso que más me hizo reflexionar fue el de un uruguayo, pero no acá sino en Montevideo, siendo yo el extranjero. Mientras intentaba sacarle lengua para que vomite sus emociones, lo noté igual de insulso y afligido que los choferes argentinos en Argentina, y me hablaba de la campaña de Peñarol y desvalorizaba el rendimiento de Luís Suárez, recién llegado a Nacional, diciendo que "metió dos goles nomás" mientras hacía el número con la mano en un gesto no tan sorprendentemente sobrador. Entonces noté que mi teoría estaba confirmada: los choferes de transporte, si bien son infelices, menos infelices son cuando son choferes en otro país.
  • Incluso me acuerdo de un piloto de avión chileno, que cuando partió desde Aeroparque saludó a sus pasajeros con un cordial saludo presentándose con notable tono de entusiasmo, pero que cuando el avión encajó en el tunel del aeropuerto de Santiago de Chile y todos nos estábamos bajando, el piloto estaba en la puerta de la cabina con una insuperable cara de orto. Sigo dudando de si estaba cansado por el viaje, o si simplemente se transformó en un chofer de avión infeliz apenas ingresó en su espacio aéreo chileno.

Qué se yo. Con el tiempo supe que no había motivo para sentirme culpable de imputar a los choferes con mi inagotable y desinteresada empatía con tal de hacer de su infelicidad algo más recreativo, pero por primera vez sentí, con éstos conductores extranjeros y motivos extranjeros, que no me necesitaban tanto.

Solamente hay dos cosas que tengo muy en claro: por un lado, si la Constitución exime a los extranjeros de pagar contribuciones forzosas extraordinarias, yo, aunque bienintencionado, debería estar preso o al menos multado por incitarlos al esfuerzo de escupir sus emociones, por mucho que los haya ayudado; y por otro, que si algún día manejo y tengo que sumergirme en las cotidianidades de ser un conductor amargado (transporte pasajeros o no) sin nada más que experimentar que picos de estrés y obligadas costumbres, tendría muy en claro que precauciones tomar. Total, tampoco me gusta tanto manejar.

lunes, 22 de agosto de 2022

Anécdotas

 Cuando era chico y vivía en 9 de Julio pude hacer dos cosas que muy pocas personas en el mundo habrán logrado en su infancia: la primera, adquirí la capacidad de recordar mi primer recuerdo, uno muy vívido en el que la muy hija de puta de la secretaria de la guardería no me quería dar otra caja de juguito de naranja; y la segunda, de contarlo, aunque no solo de contarlo, sino de contarlo tan vívidamente, a los llantos y con la misma indignación con la que lo experimenté.

Sin saberlo en ese momento, había contado la primera anécdota de mi vida, o al menos la primera que yo recuerde contar, porque la conté tal cual, con especial dedicación y ganas de contárselo a mi vieja, con inocentes esperanzas de que fuera y le pegara una cachetada a esa maldita secretaria. Y es hasta el día de hoy que esa anécdota, cada vez que la cuento, la identifico como "la anécdota más antigua de mi vida" o "la primera de mis anécdotas", porque no tiene nada en particular más allá de lo gracioso y de lo eventual, no hay nada que le de relevancia, nada que la resalte por sobre otras anécdotas y me haga elegirla superlativamente, lo único que pensé que la hacía importante fue que era mía y de nadie más.

No pasó mucho tiempo, entonces, para que mi vieja hiciera uso de su cupo de madre para que, siempre que se prestara una reunión familiar o que yo me hiciera presente entre sus compañeras de la docencia, empezara a contar esporádica y verborrágicamente una serie de compilados de anécdotas suyas, sobre mí, que no dudaban en avergonzarme por la ternura que generaban, y entre ellas mi propia anécdota, la de la secretaria de la guardería, contando exactamente lo mismo que conté yo, pero desde su perspectiva, como si construyera un andamio sobre mi anécdota, para hacer una nueva.

Cuando crecí y me hice más reacio a esos episodios incómodos, entendí que ese afán de contar anédotas por sobre anécdotas no se hacía a drede, no era una idea que surgía con un propósito, no formaba parte de una actitud pensada; mi vieja no pensaba "voy a contar esta anécdota de mi hijo para que sepan todos como fue así se ríen de él", ni nadie lo hace con algún objetivo en específico, sino que surge por el arraigo que tuvo la persona con esa anécdota y por lo que le generó, simplemente sale, sólo, inexpugnable. Y lo mismo me pasaba a mí.

Yo no hubiese conocido La Bombonera de no ser porque mi viejo me comió la cabeza diciéndome que no había nada más grande que Boca; no hubiese leído un solo libro de no ser porque mi vieja me diera las Aventuras de «la mano negra» de Jurgen Press, que era su libro preferido; no me fascinaría por la historia argentina si no fuera por las historias que mi abuela inventara sobre Perón, Belgrano, de la Rúa o Güemes y las cucharas que teóricamente le habían usado cuando fueron a su casa a tomar té; jamás me hubiese hecho un buen hincha del fútbol si mi abuelo no me hubiese llevado a ver los partidos del ascenso de Compañía General en Patricios, ni mucho menos estaría escribiendo ésto de no ser porque Mabel, mi Profesora de Literatura del Secundario, me elogiara el primer cuento que escribí con trece años.

Me di cuenta, eventualmente, que todo lo que alguna vez nos pasó y que hoy conforma un recuerdo que transformamos en anécdota al contarlo, fue parte, antes, de la anécdota de alguien más. De la misma manera que nadie de nuestro entorno puede contar que vivió algo con nosotros excluyéndonos de su anécdota, siendo así, tanto uno como el otro, parte inalienable de un momento que no existiría de no ser porque fue compartido, porque parece ser que las anécdotas nacieron con el capricho de pertenecer siempre a alguien más.

Por eso fantaseo de buscar en los archivos de la memoria, algún evento, momento o experiencia que desafíe al algoritmo establecido por decreto divino de las anécdotas, y así tener algo que se cuente por primera vez en la historia.

Borges una vez dijo, entendiendo lo mismo: "No estoy seguro de que yo exista en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado, todas las ciudades que he vistado, todos mis antepasados...".

Las anecdotas no tienen la más mínima intención de dejarnos en paz ni siquiera después de muertos, haciéndonos el favor, ad honorem, de privarnos de ser olvidados y de mantenernos a todos en la constante incógnita de si eso que contamos realmente es nuestro.

Hasta el momento, sigo intentando desentrañar en qué momento nuestras anécdotas dejan de pertenecernos, o desde cuándo pasamos a ser las anécdotas de alguien más, o esas anécdotas parte de nosotros, a ver cuando es que dejamos de existir.